Un cuento: Cosas extrañas
Cosas extrañas
de mitzar brown abrisqueta
Hace mucho tiempo que no podía hacer esto:
ponerme la pijama varias horas antes del crepúsculo o de que acabe el
último noticiero de la noche. Y es que hace tanto frío que antes de que la
temperatura limeño-chalaca bajara más me puse a buen recaudo enfundándome en la
abrigadora ropa de dormir, medias y bufanda incluidas.
Todos aquí han salido, y
sola con mi alma me he dado cuenta de que no hay nadie más en todo este pequeño
edificio de tres pisos. Los vecinos del segundo piso se marcharon hace una
semana, los echo de menos. El vecino del primer piso aparece de vez en
cuando, eso no me importa mucho. Para hacerme un poco de compañía voy a inventarme una nueva familia inquilina para el piso del medio. ¡Acaban de llegar!, con sus pocas pertenencias a cuestas, pocas maletas, pocos
muebles, poco de todo. ¡Y un gato!, ya sé a quién no le va a gustar ese gato.
Nuestra siberiana Ártika va a parir en pocas semanas, dos quizá, y ya está
inquieta por causa del felino.
Durante las últimas dos semanas estuve pendiente de los
sucesos en el piso del medio. Los nuevos vecinos apenas si hicieron algún ruido
para acomodar sus pocos muebles. Acostumbran dejar media hoja de la puerta
principal abierta. De tal manera que, cada vez que paso por el descanso de la
escalera, un leve ruido me atrae. El primer día, a pesar de la intriga,
evité mirar hacia el interior. Dos días después me animé a echar un vistazo:
noté que la sala estaba casi vacía. Solo una pequeña mesa, ubicada cerca al
balcón, que soportaba estoica un enorme libro, me decía que mis nuevos inventados vecinos aún estaban ahí, que no se habían marchado. La
mampara del balcón permanecía abierta y dejaba que el aire jugara libremente
con las hojas del gran libro produciendo aquel leve pero continuo ruido que
llamó mi atención.
He estado intrigada con su actitud,
casi no se dejan oír, mucho menos ver. Esta madrugada desperté por causa del
ruido de la mampara principal, es corrediza y con un pesado juego extra de puertas de
fierro detrás de las de vidrio pavonado. En el silencio de la noche el
ruido al correrlas es mayor, ¡y esta vez mucho más! como con furia. Me
incorporé rápidamente, me eché una bata gruesa encima y sin pensarlo casi me
acerqué al piso inferior.
Aún desde la escalera vi, ayudada por la luz del
alumbrado público que entraba por el balcón, que el pesado libro yacía
semi destartalado sobre el piso de parquet. Me acerqué a la entrada. En el
balcón, el gato erizado trataba de lanzarse al primer piso. La mampara estaba
completamente abierta, como la principal. Vi al gato lanzarse y trepar raudo a
un árbol del parque, en busca quizá de algún polluelo indefenso. Muchas aves huyeron.
Al ver la sala vacía me he preguntado dónde estarán los
pocos muebles que vi llegar, en qué habitación dormirán sus dueños, cuántos
serán en esta familia..., muy difícil saberlo. Ahora, eso me preocupa. Para qué imaginé, afectada por la soledad, a mis
nuevos vecinos, si iban a ser tan huidizos.
El dueño del edificio vino el sábado que pasó
y colocó un gran aviso de alquiler. Durante ese día y los dos siguientes, mucha
gente diversa, de la más normal y de la más extraña, vino a indagar por el
piso. Nadie pareció notar a aquellas personas raras. Por fin parece que habrá inquilinos reales y sin misterios, y aquellos
que traje a que me hicieran compañía tendrán que ser devueltos a su mundo.
¡Llegó el día! Las últimas semanas la rutina continuó
inalterable; salvo el gato que asomaba de vez en cuando al balcón para sus
raudas escapadas, no se oía el trajinar propio de una familia. De cualquier
manera, la idea de que estuvieran ahí, en el piso del medio, me sirvió de
compañía. Ártika, la única que al parecer había notado aquellas presencias, no puso interés en ellos, ni siquiera en el gato que
maullaba algunas veces cuando volvía de sus salidas para que alguno de sus amos le
abriera la mampara, rara vez, cerrada. Ella lo oía y, entretenida como andaba en su interminable
falsa preñez, alzaba las orejas para confirmar lo escuchado y, enroscada,
continuaba durmiendo.
Un día, preocupada por el enorme libro que había visto yacer
en el piso del medio, bajé a indagar sobre él. Tuve suerte, la puerta principal
estaba abierta. Vi a una mujer, de amplias polleras, sentada en el piso sobre sus talones, al lado de la mesita y del libro que seguía semi destartalado en el
suelo. La mujer, con los ojos cerrados, tenía las manos abiertas y con las
palmas hacia abajo. Las tenía suspendidas muy cerca del suelo en el que lucía
un círculo formado por piedrecitas de canto rodado de colores rosas, verdes,
blancos y negros. Colores de diversos tonos, más encendidos unos, más tenues otros. Las
piedras parecían decirle a aquella mujer algunas cosas importantes que ella iba murmurando. Un hombre con pantalones
anchos sujetos por tirantes salió del fondo del pasillo portando dos cajas
de regular tamaño que colocó cerca de la entrada. Un niño con sombrero de copa
alta ordenó las hojas del enorme libro y dejó a este lo mejor que pudo, eso me
tranquilizó.
El sonido de un motor
en la calle me animó a dar un salto al interior de esa sala ajena, me asomé al
balcón y vi un pequeño camión, el mismo que llegó con mis nuevos inventados
vecinos hacía ya un mes. Entendí que se preparaban a marcharse. Quizá las
piedras le decían a aquella familia acerca del nuevo rumbo de sus extrañas
vidas. Salí de ahí tal como entré, sin
ser notada. Desde mi balcón vi con tristeza como subían sus pocos muebles, sus
pocas cosas, tan pocas que el camioncito era casi innecesario. Los amos, el
niño y el gato se acomodaron en la cabina al lado de un conductor barbudo. Vi
la marcha extraña de un Ford de los años treinta que iba de un lado a
otro como sorteando baches sobre un
camino de adoquines de épocas lejanas. Una leve llovizna y un extraño arco iris
antes de despedirse el sol hicieron inolvidable ese momento. Volví al interior. Sobre la mesa de mi comedor reposaba íntegro y abierto el enorme libro de mis
amigos, lleno de láminas de dibujos de tonos sepia, dibujos que cuentan de los
caminos de estas gentes llenas de fábula y encanto. Lo he puesto en mi
biblioteca. Solo Ártika se acerca de vez en cuando a olfatearlo, parada en dos
patas.
Me intrigaron tus vecinos!
ResponderEliminarGracias Tati Herrera, gracias por tu valioso tiempo de lectura. Muy pronto podremos saber más de la vida de nuestros intrigantes personajes, saludos!
EliminarMuy interesante tu historia amiga, espero que pronto nos des la segunda parte
ResponderEliminarGracias por el comentario, me alegra, así será, habrá segunda parte!
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